Allá por el año 2008...escribía
TOCADA EN EL CORAZÓN
“La reacción de la gente la
primera vez que ve una ópera es muy espectacular, o les encanta o les horroriza…”
le dice Edward Lewis a Vivian Ward o Richard Gere a Julia Roberts, en una
famosa película.
De igual forma correr encantó mi
espíritu e impregnó mi alma. Al principio rozó mi piel, llegando a mi interior
e instalándose sin remisión en cada parte de mí ser. Llenó los resquicios que
dejó mi rebelde adolescencia y al acariciar mi corazón, el veneno se derramó
para siempre en él, como en un enamoramiento alocado, atontado y ya fue
imparable. Poco a poco como en el amor, primero adolescente, después maduro,
supe de decepciones, de tristezas y de alegrías. Cada día las zapatillas a los
pies de mi cama me hacían pensar en las experiencias que me esperaban y cada
noche el cansancio placentero acunaba las ilusiones que a la mañana siguiente
me despertarían con nuevos bríos.
Al anochecer, cuando el
adormecimiento se iba apoderando de mí, me imaginaba corriendo sin esfuerzo,
soñaba con patines en mis pies, con alas en mis brazos, y como un moderno Ícaro
escapando de su prisión, rozaba el sol. Y al amanecer cuando todo se tornaba
real, cuando la carroza volvía a ser calabaza, cuando la realidad inquietante
de una nueva jornada amenazaba, cuando
los recuerdos de mi sueño se volvían borrosos, el deseo de iniciar de
nuevo la carrera me hacía saltar como un resorte, mirar por la ventana y
planificar el nuevo día en torno a mis zancadas. Se diluía la levedad soñada de
mi cuerpo, el esfuerzo se hacía tangible, pero el veneno en mis venas iba poco
a poco elevando mi pulso como queriendo llevarme al límite de las soñadas
quimeras. Me descubría a mí misma tratando de explicar a mí alrededor las
sensaciones que no sabía expresar, sintiéndome día a día incomprendida. Y volvía
a pensar en el solaz de la noche para volverme a soñar ligera como una pluma, y
ser Ícaro tocando el mar, pensando en cómo ser capaz al despertar de aferrar
las emociones.
Quise por la mañana describirte mi sueño y no pude. Corrí mi
primera carrera y sentí miedo, inquietud, expectación, temor y alegría. No me
sentí ligera como una pluma, mis alas soñadas no me llevaron en volandas,
conocí el esfuerzo, conocí el sufrimiento, las ganas de abandonar rondaron mi
cabeza, pero experimenté en mi cuerpo y en mi mente la satisfacción de superar
los pensamientos de derrota. Vi que la realidad siempre supera los sueños, y mi
carrera fue real y superó mi mejor sueño. Volví con la mochila llena de nuevas
impresiones que referirte, llena de inspiración, de novedades que contar, de
fantasías que compartir, pero no tuve necesidad de decir nada, sé que mi mirada
lo expresaba todo, sé que viste la ilusión de un niño en mis ojos, sé que nunca
viste a nadie tan feliz. Desde entonces ya no busco explicaciones, a nadie
quiero convencer, pues sé que a quien esos primeros pasos le tocan el corazón,
si correr les encanta, será para siempre, “sí no… pueden aprender a apreciarlo
pero nunca les llegará al corazón”, sentenció Edward Lewis y yo en mi madurez
sigo encantada.
Aurora Pérez (Publicado en Runner's World -Mayo-2008)